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Foto del escritorShellingFord4869

Leyenda: “La estatua de sangre”



La estatua de sangre


Trabajo realizado por:


Chiara Caccamo (Akira)

Anthony Faranda (ShellingFord4869)

Desirée Faranda (Daysi)

Maria Kungulli (Mara)

Delia Ruta (Liade)

Gaia Vincenti (LunåĞïtaną)

* * *


Por una desolada, brumosa y obscura calle de Oviedo andaba un hombre solitario, desde lejos se oían los sordos tañidos de la campana de la basílica del San Salvador. Por aquella espesa niebla, una sombra avanzaba lenta y firme hacia el hombre.

-Sé lo que os aflige - dijo la sombra - y tengo la solución para vuestro problema.

El hombre intentó fijarse en aquella sombra, pero nada, él solo se sentía siempre más confundido.

Y, con esas palabras, desvaneció en la noche fría.

La hora esperada había llegado: el hombre se encontraba delante del cementerio cuando de repente un árbol tetro y retorcido, iluminado por la luz de la luna llena, llamó su atención. El hombre se acercó y vio que, desde sus ramos, colgaban unos frutos raros. Se preguntó si aquellos frutos fueran verdaderamente la solución para resolver su problema. Sin embargo todas sus dudas desaparecieron cuando uno de esos frutos cayó al suelo y se rompió. Fue en aquel momento que pasó algo, algo sobrenatural e inesperado: el jugo se había derramado por el suelo y había dado vida a unas flores. Después de ese acontecimiento mágico, el hombre decidió coger un fruto y lleno de esperanza lo llevó a su casa y convenció su mujer a comerlo. Aunque ella fuera bastante escéptica, la mujer lo peló y dio la cáscara a su criada diciéndole que la echara. Pero la criada, atraída por el color particular del fruto, decidió comerla. Después de nueve meses, el mismo día, tanto la mujer como la criada, dieron a la luz dos hermanos. El hijo de la mujer se llamaba “Deseo” y el otro niño lo llamaron “Álvaro”. Los niños crecieron juntos como dos hermanos.

* * *


Algunos años después....

Los dos paseaban tranquilamente por el bosque, como habían hecho muchas veces, pero esta vez tenían una sensación extraña, no sabían si fuera miedo, inquietud o algo más, pero aquel día la atmósfera en aquel bosque era claramente siniestra: de repente se obscureció el cielo, se escuchaba el graznar de los cuervos, siempre más intenso pero fue el estruendo de un trueno que los aterrorizó y los empujó a buscar un refugio. Mientras estaban corriendo, vieron un majestuoso castillo arruinado y, no teniendo otra alternativa, decidieron entrar.

Apenas lo hicieron, se enteraron de que el interior del castillo no reflejaba el exterior. Empezaron a mirar a su alrededor. De repente, los dos oyeron los pasos de alguien que bajaba  las escaleras, unos pasos lentos y pesados. Los dos, inmediatamente, intentaron huir, pero la puerta se había magicamente cerrado. Los pasos se interrumpieron y, apenas se dieron la vuelta, vieron a una chica muy guapa.

La chica, que se llamaba Esther, le preguntó porque estaban allí y los dos hermanos le contaron lo que había pasado. Los tres empezaron a hablar y se contaron sus historias, todas increíblemente unidas por la magia. Con el pasar del tiempo, los tres se hicieron amigos y pasaron todos los días juntos, haciendo largos recorridos con tres caballos del establo del castillo. Sin embargo, un día alguien entró por la vieja puerta del castillo, interrumpiendo (para siempre) la armonia que se había creado entre los tres. Era un hombre bastante viejo y muy alto, se trataba de un hechicero que era también el padre de la chica. El hombre  no quería ver a su hija en compañía de los dos chicos. Por lo tanto, empezaron a pelear hasta que, el hechicero exasperado decidió irse.

Mientras que la chica y Deseo no se dieron cuenta de nada, Álvaro decidió seguir al mago, ya que dudaba de sus reales intenciones y fue en aquel momento, llegado en el medio del espeso bosque, que se enteró del plan del maléfico mago: hechizar los caballos de los chicos de manera que tuvieran un accidente y murieran. Álvaro no podría creer a sus oídos. Él hubiera querido, de verdad, avisar al hermano y a la chica que amaba, pero temía que el hechicero lo habría descubierto. El día siguiente, los tres se apresuraron a salir con los caballos como hacían siempre y Álvaro sabía que habría tenido que hacer algo para impedirlo y, no teniendo otra solución, fue obligado a cortar la cabeza de los caballos hechizados frente a los otros que se quedaron de piedra. Después de este acontecimiento perturbador, la atmósfera en el castillo mutó decisamente: si por un lado Álvaro había empezado a aislarse, por otro lado los dos preferían evitarlo puesto que él no quería dar ninguna explicación por sus acciones.

Mientras tanto entre Deseo y Esther estalló la chispa del amor. Los dos se demostraban afecto delante de los tristes ojos de un Álvaro destruido, por ver su propio hermano junto con su amada. Las semanas pasaron, cuando un día, los dos enamorados anunciaron sus inminentes bodas a Álvaro. A pesar de todo, estaba dispuesto a aceptarlas.

En aquel mismo instante, en el medio de las ruinas, se difundió un grito de rabia. Era el mago que había descubierto las intenciones de los chicos. Y estaba más decidido que nunca a obstaculizarlos.

Dentro de un mes, llegó el grande día entre la felicidad de la pareja y la amargura de Álvaro. Durante la primera noche de bodas el hechicero actuó su cruel plan: envió una serpiente mágica que entró en la habitación de los enamorados. Los dos se estaban besando y fue en aquel momento que la serpiente mordió al chico, trasformando, por consiguiente, tanto Deseo cuanto Esther en una estatua.

Por la mañana, Álvaro no vio la pareja, entonces empezó a buscarlos cuando, por fin, los encontró en la cama petrificados.

El pobre desesperado empezó a llorar, y dándose ánimo, buscó una solución. Así fue que, viajando por los pueblos y las ciudades del Norte de España, en una noche lluviosa llegó a Torrelavega, donde vivía un sabio que habría podido ayudarlo a romper la maldición.

Álvaro lo encontró y él le dijo lo que tenía que hacer. Él debía llevar a la estatua, en el bosque de Oviedo, buscar dos mochuelos, matarlos y untar su sangre en la estatua. El chico hizo todo lo que el sabio le había dicho pero, justo cuando había empezando a untar la sangre, él empezó a sentirse débil y murió.

Desde aquel momento, el espíritu de Álvaro intenta desesperadamente devolverle la vida al hermano y a la amada, untando la sangre de los mochuelos, pero sin éxito alguno.

* * *


En una obscura y lúgubre noche de otoño de muchos siglos después, un artista italiano, que se había perdido en aquellos mismos bosques, buscando la inspiración para realizar una nueva obra, se topó con la estatua de los amantes y, en la oscuridad, le pareció ver una imagen espectral vagando por los árboles.

Aquel artista se llamaba Antonio Canova y, algunos años después habría encantado el mundo entero con su obra “Amore e Psiche” (Psique reanimada por el beso del amor).



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