La máquina del tiempo
Has creado una máquina del tiempo y has aprendido a utilizarla. Hoy es el 13 de julio de 1936: estás paseando por las calles de Madrid y de repente encuentras al autor Federico García Lorca que está a punto de subir en un coche para volver a Granada.
¿Qué harías? ¿Le contarías su futuro? ¿Le impedirías que partiera?
Inventa una historia.
* * *
DENNIS DI FRANCO
CLASSE 5^BL
A.S. 2020/2021
Una luz me aturdió. Cerré los ojos y me desmayé.
Después abrí los ojos y me encontraba en un mundo totalmente distinto.
-¡Sí! – grité.
Estaba muy contento. La máquina del tiempo había funcionado correctamente.
Viendo esta nueva y diferente realidad, estaba seguro de que estábamos a 13 de julio de 1936. Veía las caras de la gente: pálidas. Los ojos llenos de dolor y de miedo. Un aire de opresión se sentía por todas las calles. Almas detenidas que querrían salir de sus cuerpos para vivir libres.
Me encontraba en una plaza de Madrid, llena de coches y de gente. Por un lado, gente que miraba inquieta. Por otro, gente que reía orgullosa viendo las imágenes en los periódicos de Francisco Franco. ¡Qué aire oprimido!
Lejos vi a dos personas que gritaban y peleaban. Un hombre estaba vestido con un traje blanco, mientras que el otro llevaba un traje negro. Pero me sorprendí cuando el hombre con el traje claro se dio la vuelta… ¡era Federico García Lorca!
Nadie allí conocía su futuro, excepto yo.
¿Por qué no convencer a Federico para que no vuelva a Granada? ¿Por qué no salvarlo? ¡Era el único que podía hacerlo!
Tenía que ser creíble… ¿Me creerán loco? Quizás.
Pero si tenía la posibilidad de salvar a un genio que podía dar tanto al país y al mundo… ¡tenía que intentarlo!
Lo llamé: ¡Federicooo! ¡Federicooo!
Me miró.
Aquella mirada destruyó todas mis convicciones. Fue como un rayo.
Sus ojos hablaban, sus ojos reflejaban su alma, sus ojos me han respondido.
Eran ojos tan pequeños y llenos de dolores, con pupilas tan grandes como grande era su alma, su corazón, su voluntad de libertad.
Libertad detenida, que querría salir por estos ojos pequeños e iluminar el país.
Aquellos ojos ya sabían que estaban a punto de cerrarse para no abrirse nunca más, no verán la libertad con la que el escritor soñaba: la normalidad.
Me equivoqué: en aquella calle no era el único que conocía el futuro. Federico lo conocía también.
Mi mente estaba llena de pensamientos: Federico ya sabe lo que está haciendo, ya sabe que morirá si va a Granada. Es un espíritu rebelde, un alma que grita libertad en mil idiomas y un cuerpo cansado de esconderse y luchar al mismo tiempo.
La familia es todo lo que le quedaba. Su casa era Granada.
¿Incomprensible? ¿Inconcebible su decisión?
Para muchos, sí. Para mí, no.
El miedo era lícito, pero hay que seguir los ideales. El miedo nos hace esclavos y Federico no lo era. Él no quería ser esto.
Granada no era una burbuja segura… aire de dolor, de opresión, mal olor de mil cadáveres. El cuerpo de Federico arrojado en una fosa era abono para flores espectaculares que olían bien. Su espíritu perfumaba de libertad.
El viento transportaba este perfume por todo el país cubriendo los malos olores.
Granada no era un lugar seguro, pero estaba a punto de florecer.
Cada persona muerta por la libertad era una flor de esperanza y la flor más grande era Federico.
Me paré.
Mi viaje terminó con aquella mirada.
No cambié el futuro.
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